Días transcurridos: 8 y 1/3
Kilómetros recorridos: 1.475
He estado viajando por más de una semana y la verdad, entre tantos buses, afanes, llegadas y despedidas, el tiempo ha pasado volando. Ecuador se portó conmigo de maravilla y es triste tener que salir de aquí. Por fortuna estoy en Cuenca, tal vez la ciudad más linda del viaje, que con sus calles empedradas y balconcitos de ensueño me ha dejado sin aliento.
Llegamos
ayer a eso de las seis de la mañana y no tuvimos otra opción que caminar por
ahí, maletas al hombro, buscando algún lugar para dormir un poco o comer alguna
cosa. Pero como ningún otro pueblo funciona como Bogotá y a nadie más en
este mundo se le ocurre empezar el día tan temprano, la caminata se prolongó un
poco más de lo imaginado. Algo especial, sin embargo, hubo en ese caminar
solitario, pues el pueblo y sus pocos movimientos matutinos fueron solo para
nosotros. Vimos a las primeras mujeres desempacar las flores en el mercado
local y olimos los primeros aromas lejanos a pan recién salido del horno.
Escuchamos los primeros campanazos de la Catedral y, como buenos
cristianos, fuimos los primeros en entrar a la misa. Creo que conocimos otro
pueblo, un pueblo aún dormido y solitario, lejos del caos mañanero y los grupos
turísticos de siempre.
Después de un tiempo, encontramos una linda posada y un desayuno delicioso. Dormimos como locos, nos bañamos ―qué rico es bañarse después de una flota larga y pulgosa― y continuamos nuestra caminata por Cuenca. Lo cierto es que el aire incaico ya empieza a respirarse y cada vez nos sentimos más cerca a Perú. Hoy en la noche tomaremos otro bus hacia el sur para cruzar la frontera. Con suerte no tendremos problemas migratorios y podremos continuar nuestro camino a Chiclayo en paz. Serán más de veinte horas de camino, así que ¡deseenos suerte!
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