sábado, 12 de enero de 2013

La montaña

Días trascurridos: 3
Kilómetros recorridos: 911
Síncopes neurocardiogénicos: 0




Hoy escalé la primera cima del paseo. A cuatro mil metros de altura caminé ―y sufrí―, durante  algo más de una hora, para llegar al refugio del Cotopaxi. Por el camino confirmé que mis dotes de alpinista apestan y que mi cuerpo bien ha sabido deteriorarse en los últimos años de sedentarismo académico. Pero, a mi ritmo de tortuga e intentando no perder la conciencia, logré llegar arriba. Tal vez lo más lindo del camino fue eso; llegar arriba muerta y ver cómo los otros, también muertos, llegaban conmigo; ver a un montón de chinitos felices celebrando el triunfo de cada nuevo escalador, a los gringos en pantaloneta felices pero congelados por el frío y a los locales a nuestro lado, con la cocina entera y los hijos al hombro, subiendo sin titubear.

                      

Gracias a mis nuevos "amigos hippies" ecuatorianos por obligarme a subir y subir conmigo; por mostrarme el secreto mejor guardado de Quito ―que obviamente no puedo revelar aquí―; y por llevarme a comer toda clase de ricuras con cuchara ―¿alguien me puede explicar por qué aquí la gente se come todo con cuchara?―. En fin, por estos primeros días de buenos pasos prometo recordarlos con cada futuro trago de zhumir y cada horrible chuchaqui que lo acompañe.

Ahora, montada en bus camino a Baños ―Baños es un pueblo, por si acaso― termino el tercer día de camino con una cumbre menos que subir y quién sabe cuántas aún me esperan.

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