miércoles, 16 de enero de 2013

Lección aprendida


Días transcurridos: 7
Kilómetros recorridos: 1.384 
Experiencias cercanas a la muerte: 1

Ayer llegamos a Ayangue, un pequeño pueblito costero con unas cuantas chozas y un mar hermoso. Terminamos ahí porque, tras un largo viaje nocturno hasta Montañita, el olor a caño y los borrachos tirados en la playa nos ahuyentaron bastante. Decidimos entonces seguir nuestro camino rumbo al norte y, gracias al concejo de un par de francesitos, llegamos a Ayangue.



El lugar era precioso. Una playa grande y tranquila, habitada por unos cuantos finlandeses y australianos surfistas y por nosotros, los metidos del paseo. Nos dedicamos a tomar el sol, comer cosas sabrosas y dormir lo que no habíamos dormido en todo el trayecto.

La cosa se torno cómica ―y en el momento, por supuesto, no lo fue― cuando se nos ocurrió la no tan inteligente idea de meternos al mar. Ya aclaré que esta es una playa de surfistas, con olas considerables y un mar difícil. Para resumir, terminamos ―o terminé yo, al menos― en estado de pánico en la mitad del océano, cansados de nadar y sin idea alguna de cómo salir de ahí. Afortunadamente, una linda surfista nos rescató de la tragedia e hizo de esta una historia con final feliz. Lección aprendida: prometo no volver a jugar a ser surfista sin una tabla.

Creo que la experiencia nos dejó un tanto traumatizados y, por eso mismo, suspenderemos el mar por una temporada. Ahora son las 21:52 y estamos en el terminal de buses de Guayaquil esperando a que sean las 00:01 para tomar un bus a Cuenca; última parada ecuatoriana.

p.d: Mamá, no te preocupes. Estamos bien y felices.

1 comentario:

  1. Estas loca!!! Mi papá solo se rió cuando le conte, tengan cuidado!!! un abrazo

    ResponderEliminar