lunes, 11 de febrero de 2013

Desaguada


Días transcurridos: 29
Kilómetros recorridos: 5.081

La última entrada del blog la terminé de escribir sentada en el mercado de Aguas Calientes. Eso fue antes de que el tour que habíamos contratado nos robara un desayuno; antes de que el transporte a Cusco por poco nos abandonara en medio de la nada; antes de que un derrumbe en la carretera obstruyera nuestro camino; y antes, último pero no menos importante, de que alguien en el bus rumbo a Puno robara mi maleta y con ella mi pasaporte. 

Así me despedí de Perú, entre comisarias, estaciones de policía y oficinas de migración, buscando una manera de salir del país sin tener que regresar a Lima. Por fortuna, una mujer me contactó con un amigo suyo, agente de migración en la frontera de Desaguadero, que me ayudaría a salir de ahí.  Ya imaginarán la clase de sitio que era ese tal Desaguadero y el dinero que, obviamente, debí darle a mi nuevo “amigo” para que me aprobara la salida. Finalmente lo logré y, en contra de lo esperado, no hubo mayor problema para entrar a Bolivia.

La rabia y el agotamiento vinieron después, perdidos en ese pueblo de mala muerte en el que todos los acercamientos fueron terriblemente hostiles y nadie nos quiso ayudar. Eventualmente, sin tener idea de en dónde estábamos o a dónde debíamos ir, logramos tomar un carro a La Paz sin ver el Titicaca como habríamos querido ni pasar por Copacabana.   


En total, desde Aguas Calientes hasta La Paz, fueron más de veinte horas de viaje en las que poco dormimos y escasamente comimos algo. Estábamos agotados y supongo que molestos por toda la situación. Mientras tanto, entrábamos a una ciudad ridículamente caótica, cuyo pueblo alborotado se alistaba para el carnaval de los días siguientes. La Paz, que no sé exactamente por qué lleva ese nombre, no fue entonces el lugar ideal, pero, con la respiración zen y el paso de las horas, volvimos a dormir, a comer delicioso, a reírnos de nuestro folclor latinoamericano y a disfrutar el trago amargo. Ya pasamos la página y el viaje continúa, sin pasaporte, sin cepillo de dientes y sin Lonely Planet, pero continúa.

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