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Si, como cuentan los noticieros, por el norte no deja de nevar, por acá la cosa está bien caliente. Bariloche, una ciudad sacada de disney, con sus techos cubiertos de nieve y gordos san bernardos paseándose para la foto, parece ahora, con este calentamiento global, un extraviado veraneadero sureño. Toda la nieve que vi ―y padecí― cuando vine en invierno hace unos años se ha derretido, entonces caminar las calles es más agradable, el chocolate caliente con coñac ya no es necesario y las múltiples capas de ropa que ahogan la respiración son absolutamente prescindibles. Algunos dirán que Bariloche pierde su magia en esta temporada, pero, en mi opinión, el calor ofrece otras posibilidades, otras gentes y otros paisajes igual de encantadores.
En el frío invernal el plan turístico consistía en caminar entre tentadoras chocolaterías y tiendas de artesanías ―no se qué tan artesanales―. Ahora, no sólo pude caminar las calles sin preocuparme por buscar refugio en algún almacén, también caminé los grandes parques naturales que rodean la ciudad y que antes sólo había visto metida entre un carro, dentro de la seguridad de un guía turístico que contaba y explicaba todo lo que había que saber de Bariloche. Esta vez lo descubrí por mi cuenta, perdida entre montañas y grandes lagos que, aunque menos blancas ellas y menos congelados aquellos, no se opacaron con ninguna nube ni algún berrinchoso tiritar de mi cuerpo.
Siempre es extraño volver a los lugares a los que ya has ido; ver las diferentes caras que tiene un mismo paisaje y, sobre todo, lo diferente que eres tú ahora, al verlas de nuevo. Y sí, el invierno en Bariloche es definitivamente hermoso, pero en verano no lo es menos y más aún cuando cuentas con un buen par de zapatos y una buena compañía.