sábado, 30 de marzo de 2013

Calorcito en Bariloche

Días transcurridos: 76
Kilómetros recorridos: 10.932


Si, como cuentan los noticieros, por el norte no deja de nevar, por acá la cosa está bien caliente. Bariloche, una ciudad sacada de disney, con sus techos cubiertos de nieve y gordos san bernardos paseándose para la foto, parece ahora, con este calentamiento global, un extraviado veraneadero sureño. Toda la nieve que vi ―y padecí― cuando vine en invierno hace unos años se ha derretido, entonces caminar las calles es más agradable, el chocolate caliente con coñac ya no es necesario y las múltiples capas de ropa que ahogan la respiración son absolutamente prescindibles. Algunos dirán que Bariloche pierde su magia en esta temporada, pero, en mi opinión, el calor ofrece otras posibilidades, otras gentes y otros paisajes igual de encantadores.


En el frío invernal el plan turístico consistía en caminar entre tentadoras chocolaterías y tiendas de artesanías ―no se qué tan artesanales―. Ahora, no sólo pude caminar las calles sin preocuparme por buscar refugio en algún almacén, también caminé los grandes parques naturales que rodean la ciudad y que antes sólo había visto metida entre un carro, dentro de la seguridad de un guía turístico que contaba y explicaba todo lo que había que saber de Bariloche. Esta vez lo descubrí por mi cuenta, perdida entre montañas y grandes lagos que, aunque menos blancas ellas y menos congelados aquellos, no se opacaron con ninguna nube ni algún berrinchoso tiritar de mi cuerpo. 


Siempre es extraño volver a los lugares a los que ya has ido; ver las diferentes caras que tiene un mismo paisaje y, sobre todo, lo diferente que eres tú ahora, al verlas de nuevo. Y sí, el invierno en Bariloche es definitivamente hermoso, pero en verano no lo es menos y más aún cuando cuentas con un buen par de zapatos y una buena compañía. 


miércoles, 27 de marzo de 2013

Un dulce sur

Días transcurridos: 74
Kilómetros recorridos: 10.542


No sé si es culpa del frío sureño, de la nostalgia por el hogar o del dulce imaginario que guardaba de estas tierras, pero he comido demasiado kuchen últimamente. Este mundo, tan distante de aquellos pueblos coloniales de casas con balcones, calles empedradas y plazas de armas, abre en América Latina otro de sus tantos misterios encantadores. Y no porque aquí no hubiera llegado la mano desgarradora del conquistador hispano, sino porque su huella no perduró lo suficiente. En cambio, otros fueron los colonos que llegaron a construir sus cabañas, sus iglesias luteranas y sus cocinas familiares; alemanes, austriacos y suizos hicieron de este lugar su sueño americano y aquí se dedicaron, entre otras cosas, a fermentar cerveza y hornear kuchen.  


En medio del viento, de las hojas que empiezan a ponerse coloradas y el sol que cada día calienta menos, el sabor feliz de la crema, las nueces y las manzanas calientes es, más que delicioso, reconfortante. Porque aunque los lagos son infinitamente azules y las montañas de un blanco tan limpio, su belleza no deja de ser lejana y mi asombro, frío. No ha habido un lugar más distinto a mi caótica ciudad que estos campos impecables en los que hasta el humo de las chimeneas parece pasearse feliz por el cielo impoluto. Así, las vacas pastan sonrientes y la leche es más sabrosa, y, claro está, los pasteles son más deliciosos. Entonces mi panza se pone contenta porque en la lejanía, en los más de diez mil kilómetros que me separan de casa, el apfel strudel también sabe a navidad, a infancia y a plenitud. 


Supongo que son estas cosas las que empiezas a notar cuando estás lejos; un olor dulce, una cama limpia, un pastel caliente. Por suerte estoy en el sur, donde abundan las cobijas, los chocolates y las panaderías germanas. 


viernes, 22 de marzo de 2013

Valpo

Días transcurridos: 68
Kilómetros recorridos: 9.325

Aquí nació Allende y Neruda vivió sus mejores años. Aquí se construyó el primer puerto de Chile y la primera iglesia protestante de Sudamérica. Aquí se vivieron los mejores años de la bonanza salitrera y aquí mismo, con la apertura del canal de Panamá y un fuerte sismo a principios de siglo, la ciudad entró en decadencia. Lo que muchos no saben es que aquí también, más allá de los palacios ruinosos y el puerto desolado, crece una ciudad otra; una ciudad pintoresca y vibrante que se agita en la cumbre de los cerros porteños. 


Valparaíso se camina mejor sin mapa; sus calles y callejones laberínticos confunden a cualquiera y, la verdad, jugar al cartógrafo resulta ser una gran pérdida de tiempo. Como aprendí a lo largo de mi visita, lo fascinante de la ciudad está en dejarse llevar por esos recovecos que no parecen conducir a ninguna parte. Seguro allí, en ese mismo caminar desolado e intrigante, algo insospechado aparecerá; algún lindo cafecito, una casa magnífica, un grafiti enorme; cualquier cosa sorprendente que hace de esta ciudad, de sus paredes de latón y sus colores brillantes, algo especial. 



Para los amigos del Turibus o aquellos que no gustan de las buenas caminatas inclinadas, Valpo no será la mejor opción. Mejor ir a Viña, el rincón que los adinerados porteños encontraron tras el terremoto de 1906 y en donde decidieron construir sus nuevos aposentos de millonarios. En mi opinión, nada que una visita a Boca Grande no pueda satisfacer y, definitivamente, nada comparado con esa ciudad en "decadencia" que Neruda amó y escribió desde su ventana. En conclusión, hay que venir y dormir en Valpo y a Viña...mejor ver el festival por televisión.

martes, 19 de marzo de 2013

Otra memoria, otro Santiago

Días transcurridos: 66
Kilómetros recorridos: 9.206


A Santiago vine con muchas páginas leídas; muchas tardes de Lemebeles y Richards en la biblioteca; mucha información sobre un país que no conocía y un conflicto que, no sé hasta qué punto, la academia haya podido realmente tocar. Llegar acá fue entonces ser testigo de un mundo que sólo conocía en los libros, un mundo que había imaginado por tantos días pero que, luego entendí, jamás había sentido en los huesos. 



Hoy estuve en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, un lugar consagrado a la recolección y exposición de testimonios de algunas víctimas de la dictadura de Pinochet. Después de tanto pensar y repensar la complejidad que supone relatar la memoria y, en particular, esas memorias chilenas de la dictadura, pensaba que la visita al Museo sería un complemento más a lo ya escrito y lo ya pensado. Jamás imaginé que escuchar y ver esos testimonios ―esos relatos que, siempre sostuve, eran un imposible― me estremecería hasta las lágrimas. Y es que en ese espacio, independientemente del aire acondicionado helado, se respira la frialdad y el dolor de una memoria aún latente en muchos de sus espectadores.

¿Y cómo no recordar allí a mi Colombia?, ¿cómo no soñar con que algún día en las calles de nuestras ciudades se construyan espacios como estos? Tal vez aún es romántico imaginarlo y nuestras heridas son aún demasiado frescas para ser expuestas a un público más grande. Pero sería lindo y, más que lindo, importante que existiera un lugar ―más allá de los consensos, omisiones y violencias que ejerce toda construcción de memoria― en el que podamos ver, recordar, llorar y sobretodo enfrentar a nuestros propios muertos.


Qué bueno fue venir a Santiago, una ciudad de la que me enamoré de manera inesperada, para poner en duda gran parte de aquello que había escrito con tan ingenua autoridad. Qué bueno fue, además, entender que, aunque estas memorias son tan complejas y difíciles de relatar, siempre existirán alternativas que revivan ese vacío en el que se erige su presencia. Ahora tengo más y más preguntas para Santiago. Quizá algún día deje la biblioteca y vuelva para empezar a responderlas desde aquí

miércoles, 13 de marzo de 2013

Vino mendozino

Días transcurridos: 62
Kilómetros recorridos: 8.826

Fue lindo conocerte. Fue lindo, aun en el anonimato que eres y probablemente seguirás siendo, saber que por ahí hay alguien como tú. Tan solo una noche hablé contigo, pero qué buena noche. Supongo que así son las cosas acá; solo cortos episodios, acaso unos cuantos días, para saber quién eres, de dónde vienes, a dónde vas....¿y no es eso, a fin de cuentas, lo que importa?, ¿no es el sabor de ese conocer lo que impulsa los recuerdos y precipita nuestros propios andares?

Probablemente jamás volveré a saber de ti y estos contactos virtuales serán, en efecto, tan virtuales que su ser será dudoso. Probablemente el recuerdo que me llevo de ti se irá difuminando con cada nuevo suelo que pise y cada calle y cada plaza y cada rostro desconocido que buscará un espacio en mi mente y hará del tuyo, del que ganaste esa noche, uno más y más pequeño. Imaginaré entonces lo que fuiste y lo que yo soñé que fuiste, hasta que tu nombre mismo se confunda con el rumor de otros nombres, otros suelos, otras calles y otros inventos. Desaparecerás así, como tantos otros lo han hecho, y ya tus caminos, tus historias y tus parques serán una masa amorfa en el cúmulo incontable de fotografías impresas en algún lugar de mi memoria.

Si me preguntas, no temo olvidarte porque sé que hacerlo es inevitable. Temo, tal vez, olvidar la ficción que he creado sobre ti y quizá por eso mismo te escribo y te he venido escribiendo por tantos días; como si las palabras no fueran igual de opacas que los recuerdos; como si intentar capturar algo de lo vivido no fuera tan vidrioso e ingenuo como querer atrapar los ecos de una canción ya escuchada, de un paisaje ya visto, de unas manos ya tocadas. ¿Y a dónde voy yo con todo esto? A ningún lugar más allá de este papel que ya conoces, que ya alguna vez leíste y en el que hoy vuelves a leerte como reflejado en un espejo infinito. Aquí estás, de la manera más inútil y efímera en que puedes estarlo. Estás sin estar, sin dejarme hablarte o tocarte o volver a ti como me gustaría hacerlo. Aquí te dejo entonces, en las palabras y rumores que no eres, para imaginarte o, mejor, para imaginar lo que alguna vez imaginé que fuiste.

jueves, 7 de marzo de 2013

Andá

Días transcurridos: 56
Kilómetros recorridos: 8.167

En un viaje como este lo que más extrañas de casa es tal vez el baño privado. Y sí que lo extrañas, pero también extrañas otras cosas; echarte en un sofá a ver tele y no hacer nada, sentarte en la mesa con tu familia a almorzar el domingo y poder utilizar la nevera sin temor a que algún polizón haga uso ilegítimo de tus víveres. Son montones las cosas insignificantes que normalmente hacen parte de tu vida y suelen pasar desapercibidas. Al estar lejos las notas y no sé si ello te haga valorarlas más o menos, pero, lo quieras o no, pasas a ser consciente de su ausencia.

La última semana hemos estado en Córdoba, en casa de una prima de Jose que nos recibió con los brazos abiertos. Aquí, de una u otra forma ―de la forma en que la distancia y la soledad te acercan a unos "tuyos" que en realidad no son tan tuyos, pero así terminan por serlo―, nos hemos sentido como en casa. Casa cordobesa de asados argentinos, Malbec mendozino, partidos de Boca y "pelotudeses" de la farándula criolla, claro está, pero, a fin de cuentas, casa, con cafecito colombiano caliente, películas truchas, partidas de canasta y esa generosidad desbordada que Caro y Lucho seguro aprendieron de sus abuelas.



En unos días cumpliremos los dos meses de viaje y esta larga parada ―la más larga en lo que va del recorrido― ha llegado en el momento justo. Tiempo para tomar un respiro, reunir fuerzas y calorías para el frío que viene, y descansar un poco del trajín diario. La quietud es a veces necesaria para recordar que hay que seguir andando, que a andar fue a lo que vinimos y que, confiando en la energía y la salud futura, seguiremos andando por mucho tiempo más. Así que, con la barriga demasiado llena y el corazón muy contento, partimos a Mendoza después de una feliz semana en casa. La vida de reyes quedará otra vez suspendida en el dulce recuerdo de las pizzas nocturnas y las toallas limpias, para empezar, como empezamos dos meses atrás, a andar sin rumbo fijo. 



sábado, 2 de marzo de 2013

Moscas

Días transcurridos: 49
Kilómetros recorridos: 7.601


Calor. Calor ardiente, sofocante. Pasos lentos, caminos sinuosos, olores tibios. Moscas, moscas y más moscas. Ahí estabas tú, roncando en la esquina de la cama blanda, demasiado blanda, que una mujer anciana nos había prestado para dormir esa noche. Yo te oía roncar y oía también al mosquito endemoniado que zumbaba a nuestro alrededor sin descanso. No podía dormir. La rasquiña y el calor eran muy intensos y los borrachos de afuera no daban tregua. Esa tarde habíamos comido cualquier cosa en el mercado local. Los pesos que nos quedaban costearon un almuerzo barato que ahora se quejaba entre mis tripas perezosas. Tú dormías impermeable a mis quejidos y yo, en vano, intentaba obligarte a compartir mis sufrimientos.

Hace casi cincuenta noches que dormimos juntos. No sé si la cifra sea o no significativa, pero yo jamás había dormido tantas noches con nadie. Siempre he dormido bien contigo y, al verte así, diría que opinas lo mismo. Tú tampoco habías hecho esto antes e imagino que para ti todo esto es igual de nuevo, igual de extraño. Ayer me decías que será confuso el día en que, de vuelta en casa, cada uno duerma en su cama. Seguro será triste no tenerte cerca, pero creo que, como todo en la vida, pronto aprenderemos a dormir solos otra vez. Eso me aterroriza; pensar que, en un parpadeo, volveré a aprender todo lo que con tanto esfuerzo he intentado desaprender aquí. Yo aún no sé qué es lo que quiero hacer conmigo ni si serás o no testigo de mi querer, sólo sé que lo que allá fui, lo que hice durante tantos años, no quiero repetirlo a mi regreso. No con esa misma pasividad autómata, al menos; no con la placidez del engaño fácil, como aquella con la que dormías, que bien sabe disfrazarse de seguridad, satisfacción y complacencia.

Finalmente los borrachos se fueron a dormir y solo tus ronquidos y el zumbar de la mosca infeliz permanecían intactos. ¿Cuántas noches más nos quedarán juntos? Ella solo sabía revolotear, posarse un instante sobre tu nariz y salir volando de nuevo.