miércoles, 10 de abril de 2013

Un alto en el camino

Días transcurridos: 89
Kilómetros recorridos: 12.717


Uruguay es un pedazo de tierra que, con un poco de España y otro poco de Portugal, opera como bisagra confusa que media entre la cultura argentina y la brasilera. Los transeúntes deambulan con una bombilla entre la boca, zombies de ese mate recio del que nunca parecen desprenderse, mientras pisan con sus botas los azulejos que en tiempos pasados colonos portugueses trajeron aquí. En los bares se escuchan tangos y milongas, al tiempo que inconfundibles voces brasileras que gritan algo gracioso para animar la fiesta. Y hasta la arquitectura es testigo hierático de este desorden cultural, pues entre plazas y callejones coloniales uno jamás termina de entender cuál casa fue de cuál imperio, cuál colonizada por cual otro, cuál más grande e imponente que la anterior.


A decir verdad, aquí llegué con pocas expectativas. Me decían que este país no era sino una extensión más costosa y turística de Argentina, y, a pesar de los pocos días que llevo acá, diré que probablemente esa opinión tenga algo de cierto. Además de hermosas playas paradisíacas y una capital pequeña con un par de lindos museos, Uruguay no tiene grandes atractivos que ofrecer. Pero ¿por qué la magnitud es siempre tan importante?, ¿por qué las ciudades se miden en número de habitantes y no en deliciosas siestas después de un buen almuerzo per cápita? ¿Qué hay de los bares tradicionales, la uvita y las ramblas? ¿Por qué esas pequeñas cosas no nos resultan tan seductoras?


Después del ajetreo bonaerense, las agotadoras visitas al caótico consulado de Colombia y las tantas noches de fiesta, música y fernet, sí que viene bien un lugar así. La tranquilidad uruguaya, el mar Atlántico que se asoma en la ventada y el par de camisetas nuevas que compré en Montevideo ―y no se alcanzan a imaginar lo que significa ponerse una camiseta nueva a estas alturas del camino― han sido un buen alimento para el alma. Y es que Uruguay, menos grave y fastuoso que sus titánicos vecinos, ha demostrado ser un acogedor y generoso paradero para estos pies que ya no dan tregua. 

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