lunes, 22 de abril de 2013

De las selvas que olvidaron devorarnos


Días transcurridos: 98
Kilómetros recorridos: 14.636

La selva, selva magnánima, atroz, carnívora, estrepitosa y viva, ha sido domada, por los no menos magnánimos, atroces, carnívoros y estrepitosos taladros humanos, junto con sus más temibles fieras; enormes paredes de agua son surcadas por sólidos puentes de metal, suelos agrestes transformados en perfectos caminitos adoquinados, monos silvestres que ahora comen papas fritas y, por qué no, un Sheraton en medio de las cataratas de Iguazú.


A esta selva llegué hace unos días, a un mundo que no podía dejar de recordarme a los húmedos pueblos colombianos que tanto visité en mi infancia, siempre adormecidos por el calor incesante del medio día y con algún tranquilo río cercano en el cual sofocarlo. Pero aquí, a diferencia de aquellas vacaciones perdidas, vine a ver las grandes cataratas; esas de las que hablaba NatGeo con tanto entusiasmo y que en las postales parecían tan deslumbrantes.


No debo ocultar mi sorpresa ante el funcional complejo “disneyworldesco” que ha construido Argentina en su porción de este terreno. Demasiados trenes, peluches y tiendas de recuerdos para mi gusto, demasiado adorno sobre un paisaje que no necesita ornamentos. Porque, eso sí, las cataratas hablan por sí solas y el poder contemplarlas ha sido una de las grandes dichas de este viaje.  Pero es que entre tanta gente, tanto turista –y, por supuesto, me incluyo en el combo gritando empapado bajo el agua sagrada que cae del cielo, tanto mono mendigando por cualquier pedazo de comida chatarra, la contemplación se dificulta bastante. Algo de la magia bestial de esa selva inhóspita se pierde entonces en el camino; algo de ese maremágnum acuático se debilita con los infinitos “clicks” de las fotografías viajeras.


Sin embargo, algo de lo que alguna vez imagino que fueron la selva y sus aguas también palpita en el aire, en el sonido estruendoso del líquido que golpea las rocas sin piedad. Aún en el crepitar de la muchedumbre, las cataratas resultan hermosas y abrumadoras, feroces e imparables. Con suerte, será ese y no otro el recuerdo que yo me lleve a casa, porque, no me malinterpreten, más allá del montaje circense que percibí, esta maravilla merece ser visitada.    

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